domingo, 2 de diciembre de 2007

Súpermartes

Que contara una historia ridícula que me hubiera pasado. Pues no sé, lo primero que me vino a la cabeza fue lo del sartenazo, hace años. Tendría 14 años y salía de clase con dos amigas, cuando nos encontramos para nuestra sorpresa con un cocinero haciendo una tortilla en medio de la calle. Rápidamente nos dimos cuenta (astutas que somos) que se trataba de una cámara oculta de la televisión de Galicia y claro, la estrella por descubrir que llevábamos dentro quiso salir en televisión como fuera. Empezamos a tocarle las narices al encargado del asunto, mientras descubríamos que la broma consistía en tirarle una tortilla de patatas encima a los inocentes viandantes, mira tú qué gracia. Entre risas, nos dijeron que sólo les interesábamos si les dábamos sangre y sexo, y ya cansado de unas adolescentes petardas intentó zafarse del tema diciéndonos que si traíamos nuestra propia tortilla y se la tirábamos al cocinero saldríamos en televisión y nos darían unas camisetas. Dicho y hecho, allá nos fuimos corriendo en busca de una tortilla para sólo conseguir una tortilla francesa, menos da una piedra. Volvimos con nuestra minitortilla y se desencadenó el desastre. Agarrando firmemente la sartén entre las tres, empezamos a balancearla, siguiendo las instrucciones del chef... A la de una, y la tortilla empezó a escurrirse hacia delante... A la de dos, viendo que la tortilla se iba a caer de la sartén, el cocinero se inclinó tratando de recogerla... A la de tres, sartenazo a seis manos en plena cara del falso chef. La sangre empezó a manar. Con mucha habilidad habíamos conseguido abrirle una brecha bajo el ojo sin romperle las gafas, cosa que hubiera empeorado más las cosas si cabe. Una de mis supuestas amigas se fue corriendo al ver el berenjenal que habíamos montado, dejándonos allí a las otras dos boquiabiertas. Se llevaron al cocinero a urgencias y nosotras empezamos un recorrido por todos los hospitales para presentarle nuestras disculpas. Cuando por fin lo encontramos aceptó nuestro perdón añadiendo dignamente que nunca le había pasado nada en la cara y alguna vez tenía que ser la primera.
Tiempo después volví a verle en mi ciudad, cosa que me pareció muy valiente por su parte, con un matamoscas gigante persiguiendo a un hombre disfrazado de mosca e intentando engatusar a mi madre en mi peligrosa presencia. El pobre no se había dado cuenta de con quién estaba tratando.
Y si quereis saberlo, no, no salimos en la broma de la tele de aquella semana. Y eso que querían sangre o sexo. Y sangre le dimos, creedme.