viernes, 26 de septiembre de 2008

New Yorker Post. Crónica tercera

Aquí sigo, amigos míos, viviendo una espiral de emociones continua. Todo sigue maravillosamente bien. El tiempo vuela y la semana que viene ya empieza octubre, cosa que me asusta un poco. Ya me han aconsejado un buen lugar para comprarme un disfraz de halloween y esta noche empieza la recta final de las elecciones con el primer cara a cara LovelyObama-McCain. Pero vamos a lo nuestro.
El otoño ha llegado a la ciudad, que ya era hora. Hoy ha amanecido lloviendo y se ha desplegado un inmenso abanico de katiuskas de todos los tipos y colores. Pero lo de llevar paraguas no lo llevan muy bien y no conocen las reglas implícitas que su uso conlleva que todo gallego de pro acostumbrado a la lluvia desde la cuna conoce y respeta.
Esta semana he vuelto a Queens. Esta vez a comer creps de plátano, queso y dulce de leche, maravillosos. He estado en Astoria Park bajo la lluvia. Sigo sin conocer la famosa bola del mundo gigante que tienen en Queens. Mis compañeros de clase son la bomba. Hoy ha sido el último día de la judía y a pesar de nuestras diferencias (sobre todo en lo tocante al Monopoly, ya que ayer llegó a mandarme callar) nos hemos despedido con pena.
Me estoy aficionando a las sopas. Me chiflan las sopas, de pavo, de brécol, de patata. He probado la barbacoa coreana, que es una delicia grasienta que grita colesterol a cada bocado. He disfrutado de mi primer brunch en el East Village mientras parloteaba sin parar con mi parteneire, Javi de Calpe, quien nunca en su vida había oído la palabra brunch. Me he bebido millones de frozen margaritas con mi amiga la brasi, que es un personaje sin par que quiere hacerse un tatuaje espantoso que sólo de pensarlo me hace exclamar para mis adentros "oh, my god!". Con ella he visto Mamma Mía en Broadway, divertida y hortera a partes iguales, como debe ser todo musical que se precie.
He descubierto que los cruceros desde aquí están tirados de precio y tengo planes con una de las coreanas de pasar unos días en las Bahamas antes de irnos. Quiero pasarme por el Metropolitan esta semana y acercarme a Coney Island el próximo domingo.
He vuelto a ver a Tom y me ha llevado a Brooklyn, donde se respira tranquilidad a un paso de la locura de Manhattan. He salido a mi primera escalera de incendios en una noche maravillosa. Y me he dejado besar y he besado como si los años no hubieran pasado, sentadita en sus escalones.

viernes, 19 de septiembre de 2008

New Yorker Post. Crónica segunda

Una semana más informando desde los States. Empiezo a sentirme por fin instalada, se acabó el jetlag, se acabó el asombrarme a mí misma al pensar de repente "pero si estoy en Nueva York!".
El balance de la segunda semana también es muy positivo. Empiezo a soltarme con el inglés, sobre todo tras una cervecita o un cocktail. En mis clases me río bastante, la verdad, rodeada de todos esos asiáticos que cada día me sorprenden con algo nuevo. Que si es habitual operarse para tener doble párpado (como los occidentales) que si yo qué sé. Hay también una chica israelí y nos tenemos un poco atragantadas la una a la otra, me da la impresión. Esta mañana hemos estado jugando al monopoli y la muy puta tenía todas las calles que yo necesitaba y no había manera de que me las vendiera, con lo cual nos hemos pasado dos horas dando vueltas al tablero sin poder hacer nada ninguna de las dos. Los judíos siempre haciendo la puñeta en las finanzas, leches.
Estoy asombrada con el éxito que tiene mi pelo. Tíñanse de rojo y a triunfar en América, amigos. Sobre todo les gusta a los negros, que me piropean mucho y oigo a mi paso alabanzas hacia mi pelo. A las coreanas también les gusta, en parte también por los rizos, supongo. Las coreanas son superpresumidas. A la primera de cambio sacan un miniespejito del bolso o se echan colirio o cremitas o millones de cosas que sacan de sus bolsos de señorita Pepis en medio de la clase. Me caen bien, tienen mucho sentido del humor y siempre se están riendo.
Los neoyorkinos no beben agua. Me tiene asombrada, porque tienen un agua riquísima y en los restaurantes te la sirven de gratís con las comidas y te reponen las jarras. Pero están siempre agarrados a bebidas energéticas de todo tipo, cafés o cóckteles, claro. Desde bien temprano.
Tengo cierta obsesión con las escaleras de incendios. Me flipan. Y la construcción en general. Me encantan esos edificios en tonos rojizos, marrones y blancos que se ven por todas partes. Mi zona favorita por ahora es el Village, con sus edificios bajitos y sus portales con escaloncitos en la entrada. Si tuviera que escoger un sitio donde vivir, escogería el Village, lleno de bares con rollaco por doquier, y tiendas fabulosas.
El finde pasado fui al MOMA. Tenían una exposición sobre Dalí y pude volver a ver el preciosísimo corto que hizo para la Disney que años ha habíamos visto las Chatungas en París. Pero demasiada gente, no tienes espacio físico y casi ni siquiera mental para poder disfrutar nada con las maravillas que tienen ahí dentro. En cambio el domingo asistí a una misa gospel y disfruté como una enana: la gente canta, grita y llora en comunión, como en una especie de terapia de grupo de la que deben de salir relajadísimos. He visitado también la reserva de aves de Central Park, que no lo había visto y es una maravilla. Me he topado de golpe y porrazo con el set de rodaje de Gossip Girl, Serena y Blair incluidas. Me he recorrido el Soho, el Noho, Chinatown y ayer he hecho una pequeña incursión en los bares del Lower. He salido por primera vez de Manhattan para cenar comida griega en Astoria, Queens. Porque ya he comido de todo, claro, aunque curiosamente hoy me ha salido un pequeño sarpullido después de cenar ayer en un sitio de comida orgánico-ecológica y mierdas de ésas sanas. Curioso.
Este finde me gustaría acercarme hasta el puente de Brooklyn de noche para ver el skyline de NYC ("De noche nada!", apunta mi madre). Quiero tomarme mi primer brunch el domingo. Quiero... Demasiadas cosas por y para hacer.
Y la semana que viene vuelve Tom de Portugal, así que se avecinan tiempos de nervios, sarpullidos e histeria amorosa. Permanezcan atentos a las pantallas de sus ordenadores.

jueves, 11 de septiembre de 2008

New Yorker Post. Crónica primera

Iba a esperar a cumplir una semana en la Gran Manzana para escribir las crónicas de mi sueño americano, pero me ha podido la impaciencia de tener muchas cosas que contar y poca gente con la que compartirlo. Porque eso es lo único que echo de menos por ahora, el vivir tantas cosas nuevas y no poder comentarlas ipso facto y claro, cuando arrivo a casa ya me he olvidado de la mitad de los pequeños detalles. Como aquel viejecito que comía M&M's en el metro y después de rechupetearlos con fruición escupía el cacahuete.
Mi ocupación principal en estos días es vagar por la ciudad cuando salgo de clase. Como no dependo de nadie me dedico a ir allá donde los pies me llevan, para acabar viendo el US Open en Union Square, a un saxofonista en City Hall Square o, como hace un rato, mirando hacia New Jersey desde un banquito en Battery Park, con el Hudson de por medio.
La gente en Nueva York es muy amable. Coincido plenamente con la guía Lonely Planet que en algún punto lo señala. He preguntado una dirección y me han acompañado amablemente porque les quedaba de camino. Me explican las cosas con calma cuando me ven despistada. Saludan con una sonrisa y te desean un buen día.
Nueva York se caracteriza por su diversidad, como se suele decir. A mí lo que más me ha llamado la atención es la diversidad en el vestir. Pero no me refiero ya a que uno vaya de traje chaqueta y otra con las bragas por fuera, que no. Si no que, a mediados de septiembre como estamos la gente viste de todas las estaciones del año. Te cruzas en unos metros con gente con katiuskas, sandalias, gabardinas, botas de pelo, camisetas de tirantes, medias tupidas y jerseys de cuello vuelto. Y realmente hace calorcillo, una temperatura ideal para unos vaqueros y una camiseta de manga corta. Pero a este paso y visto lo visto, con las ganas que tengo de estrenar algunas cosas puede que me pase al otoño en menos que nada.
Hoy, 11S, en una de mis rutas he pasado por la Zona Cero de camino a Battery Park. La primera vez que lo vi, hace un año y pico, la realidad me cayó encima como una losa. Y hoy, por segunda vez, se me volvieron a poner los pelos de punta. Hay que ver qué bien planeado todo, tan sencillo que parecería imposible llevarlo a la práctica.
Pero volvamos a lo positivo. Nueva York huele, huele intensamente. Arrecende, que diríamos en Galicia. Toda la ciudad huele a comida deliciosa (salvo algunos puestecillos que creo que venden una especie de pinchos morunos y huelen a requemao que da gusto). Las flores de los puestecillos, la fruta de los carritos callejeros, la ciudad huele maravillosamente bien. En comparación, mi adorada Barcelona huele mil veces peor.
El metro es bastante sencillo, aunque no quiero tirarme de la moto, porque aún estoy pillándole el tranquillo. Qué genial invento eso del metro exprés y el metro local... Sólo podría darse en un metro con más de un siglo de existencia, que ya están de vuelta de todo, vamos.
Hoy he pasado por el festival de San Gennaro, en Little Italy. Una especie de fiestas de pueblo, pero a lo grande. Algodón de azúcar, manzanas caramelizadas, tómbolas. Pero al mismo tiempo sonando Eros Ramazzotti de fondo y vendiendo pizza y canoli por todas partes. Y el elemento yankee, un puestecito donde podías tirar a un payaso en una piscina si dabas con la pelota en el centro de la diana. Menos mal que consiguieron tirarlo al puto payaso, porque menuda risita insoportable, que a punto estuve de pillar yo unas bolas y darle su merecido.
Y mañana me voy de picnic a Central Park con mis classmates. Ya no me dejaré embaucar por las ardillas, que me han avisado de que son muy peligrosas, las jodías, con lo monas que son.
En fin, that's all, folks.