domingo, 23 de noviembre de 2008

New Yorker Post. Crónica octava

Hace un frío de perros, amigos míos. Pese al calentamiento global, que me permitió hace cosa de dos semanas tomar un café en una terraza en Union Square a las 9 de la noche a 19 grados centígrados, el invierno ha llegado a la gran manzana. La nieve amenaza, pero el sol de momento la mantiene a raya.
En fin, de tan abandonadas que tengo mis crónicas semanales ya no sé cómo retomar el hilo de la cuestión, así que me limitaré a escribir lo que me vaya pasando por la cabeza, es decir, pensamientos sin ton ni son y recuerdos varios.
Entro en la recta final de mi estancia neoyorquina con sentimientos encontrados. Sobre todo hoy, que acabo de despedir a mi por siempre adorada Alicia, de vuelta a España. Ella ha hecho mi estancia en Nueva York más fácil, tremendamente más divertida y posiblemente más adolescente si cabe, una conexión de las que se encuentran pocas. El viernes hicimos una fiesta de despedida en el Caliente Cab y se pasó la noche entre strawberry daiquiris pidiéndole a la gente que me cuidara mucho, snif. Acaba de llamarme desde el aeropuerto para unos cotilleos finales y acabar con el saldo de su móvil yankee y tengo una pena horrible.
En estas semanas han pasado muchas cosas, he hecho y deshecho planes, he soñado con una vida que al momento no sabía si quería vivir, he roto y me han roto el corazón de alguna manera, y aún ahora trato de bajarme de la roller-coaster en que se ha convertido mi vida. Llevo viviendo tan intensamente estos tres meses emociones de tan diversa índole que empiezo a sentirme física y psíquicamente agotada. Suerte de la royal jelly.
He vivido Halloween a lo grande y me hubiera gustado que la noche se alargara por siempre. Mi disfraz de Campanilla tuvo mucho éxito entre el personal y me pasé la noche recibiendo atenciones de distintos personajes, en especial de un broker de Wall Street y de un rapero que me dedicaba sus mejores rimas y al que no le entendía nada, hasta que la pequeña hadita se cayó dentro de una copa de vodka y cramberries y acabó vomitando de color rosa, como todas las hadas de pro. A la espera estoy de Thanksgiving, este jueves. Tengo una invitación para cenar en casa de la familia coreano-brasileña de Namil, uno de mis hermanos mayores neoyorkinos (tengo 2, Sam y Namil, que me cuidan y me protegen haga lo que haga y tienen mucha paciencia conmigo), pero probablemente lo pase cenando con Javi de Calpe y otros compañeritos y preparando nuestro propio pavo. La ciudad se resiste a engalanarse de navidad y los pavos (de cartón, papel, chocolate) campan a sus anchas. Ayer estuve en una fábrica de chocolate en el Village tomando un hot chocolate en alegre compañía y todo estaba chocolateadamente decorado para Acción de Gracias. Incluso el abeto del Rockefeller Center está instalado a la espera de que le retiren el envoltorio para mostrar la tremebunda estrella de Swarovski que le han puesto en la punta. He seguido las elecciones desde el Rockefeller, emociones a flor de piel. La apabullante victoria de Obama me ha hecho recuperar la fe en el pueblo americano. No me cabía duda de que NYC era cien por cien obamista, pero en las profundis no las tenía todas conmigo con el resto del país. Pero sí, y todo el mundo está muy feliz, a pesar de que un estudio haya vaticinado el fin del imperio yankee para una fecha tan próxima como es el 2025. El primer domingo de la era Obama estuve en Harlem y si ya la misa gospel es un acto inenarrable, imagínense la performance que fue aquello, desbordados por la alegría. Y ayer, que estuve en el Comedy Celler (donde suelen actuar Chris Rock, Dave Chapelle y Jerry Seinfield entre otros), todos los monólogos llevaban a Obama. Incluso el merchandising, que pensé que se acabaría con las elecciones, está más presente que nunca.
Me encantan los neoyorkinos. Son la gente más inesperadamente amable que me he encontrado nunca (con permiso de los sicilianos, que son más que amables). Son alegres, abiertos, educados y divertidos. Y aunque balbucees en inglés, siempre les parece que tu inglés es amazing. Tengo un ligero problema con la dinámica de las citas y el amor, pero a todo se acostumbra una. Que nos estamos viendo? Pues nos estaremos viendo, oye. Llámalo como quieras. También en este aspecto he vuelto a la adolescencia. Salto del amor al odio hacia Tom en cuestión de segundos y nos volvemos un poco locos el uno al otro. Ahora mismo estoy en mood hate, pero si me paro un momento y pienso en su voz diciéndome "are you ok, babe?" con ese acento de New Jersey que tiene, algo se me mueve por dentro. Voy a echar terriblemente de menos su voz. Entre otras cosas.
Las noches neoyorkinas siguen siendo de lo mejorcito. Puedo acabar tomando un cocktail superchic en el Greenwich como bebiendo unas cervezas tranquilamente sentada en unas cajas en la showroom de Sam. Pero mi corazón noctámbulo sigue perteneciendo 50-50 al East Village y al Lower East Side. Baruchos y cerveza, aunque yo vaya subida en mis tacones. Ayer estuve jugando al futbolín (a uno rarísimo, nada que ver con el de Alexandre de Fisterra) con unos coleguis que me eché a los que no parecía importarles demasiado que yo no diera literalmente pie con bola. Y la noche antes en un music hall donde un pianista entonaba canciones de musical y todo el público se apretujaba a su alrededor coreando las letras a voz en grito. Mi escasa cultura musical en este tipo de lides sólo me permitió canturrear "Don't cry for me, Argentina". Supergaier y superrecomendable, Marie's crisis. Imagen mental para el recuerdo.
He ido a ver a los Knicks y teniendo en cuenta lo poco aficionada que yo soy a cualquier deporte, disfruté como una enana comiendo perritos, tratando de hacerle una foto a Michael Jordan (sentado entre el público) a dos kilómetros de distancia y siguiendo con escasos resultados el ritmo de las coreografías aplaudidoras, que tienen su intríngulis y yo muy poco xeito.
En fin, que me quedan 3 semanas. Que el tiempo vuela. Y que tengo que comprar millones de cosas a las que le tengo echado el ojo desde el principio en el Black Friday, asistir a alguna cosa que se me ha quedado en el tintero y exprimir un poquito más si cabe esta fascinante ciudad. Así que a abrigarse bien, y allá vamos.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Mi problema

Hace unos meses recibí una llamada de mi madre diciéndome que había estado dándole vueltas a la cabeza, pensando en mi "problema" a la hora de encontrar a un chico que me guste. Mi problema en realidad, siempre a ojos de mi madre, es que no ve remotamente cercano el momento en que me asiente y le de muchos nietos, que es lo que le gustaría. En fin, que previendo una conversación de lo más cómica, me dispuse a oírla teorizar acerca de "mi problema".
-El problema, hiji, es que me he dado cuenta de que los nombres de los chicos que te gustan de verdad siempre riman.
Caída de ojos por mi parte, ésta idea era nueva.
- Sí, fíjate. Tu exnovio Gon, para empezar. El yankee, Tom. ¿Y te acuerdas de Mon?
-¿Mon?
- Sí, aquel amiguito tuyo de la infancia que te seguía a todas partes como un esclavito.
No pude evitar troncharme de la risa al recordar a Mon, tan delgaduchito, tan leal, tan en las nubes. Pero sobre todo tan lejos de haber sido un amor de la infancia. Pero no quería desmontarle la teoría a mi madre y la dejé seguir.
- Ah, sí... Recuerdo que nunca querías empezar tus cumpleaños hasta que llegara Mon, que siempre estaba perdido y teníamos que mover cielo y tierra para encontrarle. Siempre juntos en la playa, en el parque, en el patio, te pasabas el verano con Mon pegadito a tus talones.
- Mamá, tenía 6 años.

En fin, locuras varias. Ahora que he presentado a Mon (que lo último que supe de él es que toca la guitarra en un grupo heavy y que había superado su tartamudez), que creo que no hace falta que hable aquí de mi exnovio Gon y menos aún de Tom (ya que sólo tienen que remontarse unas cuantas entradas para enterarse de la más bella historia de amor ever), a dónde quería llegar yo es que, hace unos días, de la manera más inesperada y en el lugar más inesperado, conocí a través de unos amigos a un chico muy simpático y listo para más inri y regocijo de mi persona. Y se llama John. Curioso.