miércoles, 2 de julio de 2008

1080, ni pa ti ni pa mí

Me acaban de dar la terrible noticia de la muerte de Simone Ortega, inspiración culinaria para muchos y muchas y autora de uno de los libros mas vendidos en este país, tras El Quijote y la Biblia. Tenía en mente una entrada sobre los Kikos, secta católica que me tiene sorbido el seso desde que han llegado a mi vida (no literalmente, menos mal), pero tendrá que esperar. Simone lo merece.
Creo que fui yo la que introduje en mi piso de Santiago a Simone, tras robarle el libro a mi hermano. Y rebautizada rápidamente como Saimon (like “Simon says”), entró en nuestras vidas con sus 1080 recetas de cocina. Número curioso, 1080. ¿Por qué no 1000 o 1100? Ya nunca lo sabremos. Me lo imagino como una apuesta con su hija Inés, quien hábilmente la sustituyó en las últimas páginas del ¡Hola!, con una receta nueva cada semana, a ver cuál de las dos sabía más recetas.
Saimon era especial. Era la musa de la cocina, la inspiración gastronómica. Y para más inri, nuera de Ortega y Gasset. Y esposa del fundador de “El País”. Y, detalle que acabo de descubrir para mi jolgorio, mujer emprendedora que montó con unas amigas ¡la primera tienda de bricolaje de Madrid!
A Saimon no se la podía seguir al pie de la letra nunca. Ella se empeñaba en concretar las cantidades, ya fuera tantos gramos de sal o de azúcar, y siempre tiraba a la sosería (quizá como muestra de clase). Cuando uno ya era un alumno avezado de Saimon, pues las cantidades se echaban a ojo de buen cubero y sin problema.
Las 1080 recetas de Saimon están cargadas de pequeños detalles que se le escapan a los no iniciados. Hay una receta, que creo que tengo señalada en mi libro, que en la lista de ingredientes necesarios indica que requiere “unas gotas de líquido amarillo”. Anonadada me quedé en su día.
Pero sin duda, mi toque favorito marca de la casa, es que cada vez que una receta necesita clavo, Saimon rápidamente puntualiza entre paréntesis “especia”. Saimon siempre prudente, no fuera a ser que alguno de sus seguidores menos mañosos le echaran un puñado de tornillos a la cazuela y echaran a perder el plato. Quizá le venga este miedo de sus tiempos en la tienda de bricolaje.
Allá donde estés, Saimon, te imagino haciendo una quesada y epatando a los angelitos ésos que no saben sacarle más partido a un bote de Philadelphia que hacerse unas simples tostadas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hoy toca quesada en su honor, y creo que ha llegado el momento de probar las intrigantes "galletas maría fritas".

LAYLA dijo...

Si, esta noche hay que hacer una cena especial en su honor.. Cuánta sabiduría y que felices nos ha hecho y nos hará, mis gorditas...

W dijo...

En honor a la verdad hay que decir que las cantidades en el dichoso librito eran puramente ficticias, y que más valía no hacerles mucho caso, porque si no te salía un plato que no se lo comía ni el Bobi.