miércoles, 30 de diciembre de 2009

Adiós, 2009

Empecé el año entre lágrimas de añoranza y aún tardé unos meses en conseguir unir cabeza y cuerpo en mi querida Barcelona, que tanto me ha dado y a la que mi corazón traicionó a la primera de cambio. En este 2009, y pese a la crisis, casé a mi madre entre vapores etílicos y relajación suprema, hice un Jack&Rose en Dublín, conté tortugas en un pantano de Madrid, recorrí en moto Menorca, me perdí con nocturnidad en los arrozales del delta del Ebro, fui la albina más feliz de las islas griegas y sentí todos los adoquines de Lisboa bajo mis suelas. Reí y lloré, hice y deshice planes, me peleé a gritos y me reconcilié entre susurros, fortalecí lazos, creé nuevos para siempre y aflojé sin querer otros. El trabajo me centró y despistó a partes iguales y di la campanada en una noche de primavera en la que me quedé dormida en un portal. Regresé a casa para gritar a los cuatro vientos que me había enamorado y entre las piedras de Santiago me lié la manta a la cabeza para decidir que contigo pan y cebolla, pero contigo.
Feliz 2010.

martes, 30 de diciembre de 2008

Horóscopo 2008

Amiga Virgo, despidamos este 2008, año de la rata para los chinos y de la hormiga para ti, con una mirada atrás de ésas que te gustan tanto. Un año cargadito de cosas, demasiadas sobre tus espaldas por momentos. Siempre con el objetivo en mente de ahorrar hasta la última pesetilla para llevar a cabo tus proyectos, intentando abarcar demasiadas cosas hasta que Hueso de pollo llegó a tu vida a mediados de año.
Empezaste el 2008 con un viaje a Berlín, gélido, rebosante de historia y en la mejor compañía con la visita siempre corta de Sofi. No sería el único viaje del año, ya que además de un roadtrip a Valencia entre canciones y risas, la embajada de Estados Unidos te llevó a Madrid por dos ocasiones, aprovechadas ambas al máximo, y la misma embajada te permitiría pasarte 3 meses en tu porsiempreamada NYC.
Ha sido un año marcado sin duda por lo laboral, como Virgo de pro que eres. El destino ha querido que cayeras con buen pie en una editorial de cómics que sería el trabajo de tu vida si te diera para vivir. En este 2008 has descubierto qué es lo que quieres hacer y casi más importante, qué es lo que no quieres hacer. Has conseguido, tras muchos meses de lágrimas, búsquedas en internet, flores de Bach y visitas al médico, perderle el miedo a Hueso de Pollo y con ello darle la estocada final. Ahora sólo le concedes carta blanca para aparecer en momentos puntuales, pero sólo de paso.
A lo tonto a lo tonto no ha sido un año perdido sentimentalmente. Te has confundido durante un tiempo, te has enamoriscado en la capital y te has reencontrado con el amor en el otro lado del charco. Tu corazón necesita un pequeño respiro para recomponerse y volver a la carga, porque por tener has tenido hasta una relación quasitelefónica con un chico más pobre que las ratas.
Te has sentido siempre apoyada en tu hogar (en el familiar no siempre comprendida, pero apoyada al fin y al cabo). Las Chatungas han sido siempre tu mejor apoyo. Nuevos amigos han entrado en tu vida para quedarse, acompáñándote en las risas y prestándote su hombro para los lagrimones.
Sólo queda decir, amiga Virgo, que las cosas han salido en líneas generales a pedir de boca, no te quejarás. Que aunque ahora estés deseando que este 2008 acabe, que empiece un nuevo ciclo que haga más fácil mudar la piel para seguir adelante, sólo te queda decir "que me quiten lo bailao", que ha sido mucho.
Feliz 2009.

martes, 9 de diciembre de 2008

New Yorker Post. Crónica novena (y final)

Acabo de recibir el aviso, por si no me había dado cuenta, por si pensaba hacerme la longuis, de que este sábado debo abandonar mi humilde morada judia en NYC. Como si no llevase temiendo este momento desde hace tiempo, contando los días en una dolorosa cuenta atrás.

Me siento confusa, terriblemente confusa. Sé que todo se debe a este síndrome de final de campamento al que sucumbo después de cada viaje, cuando vuelvo con la cabeza a pájaros con planes de mudar mi residencia a Madrid/Bilbao/Londres (intercambiable por cualquier ciudad en la que me lo haya pasado en grande) y por un lado tengo ganas de volver, ver a mi gente y en cierta manera retomar algunas de mis rutinas, pero siento que esta ciudad y yo no nos hemos dicho aún la última palabra y que volveremos a vernos pronto.

Todo va rápido en NYC, constantemente en movimiento, entrando, saliendo. Y me encanta sentirme una hormiguita dentro de este flujo de gente, tráfico, idiomas. No me puedo imaginar pasar un día entero sin levantar la cabeza y buscar con la mirada el Empire, omnipresente.

Por momentos me siento emocionalmente agotada. Han sido 3 meses exprimidos al máximo, viviendo todo tipo de experiencias, riendo, llorando, sintiendo. Magnificando los sentimientos, vaya, que me viene al pelo. Todo el día pegada a mi móvil yankee, una pequeña centralita pelirroja. Recibiendo mensajes llenos de slang y abreviaturas indescifrables para mí en un principio. Ahora sé que LMAO significa "laughing my ass off", o lo que es lo mismo, nuestro partirse el culo de toda la vida.

Hay gente a la que te encuentras de vez en cuando en la vida, quizá por un instante, pero que no podrás olvidar jamás. Deben de ser esas personas amarillas de las que habla Albert Espinosa, personas en un estado intermedio entre la amistad y el amor. Mi amarilla por siempre, mi Alicia. Y si ella me hizo la vida más feliz durante mi estancia aquí, mis dos hermanos mayores neoyorquinos me la hicieron infinitamente más divertida, gracias Sam y Namil, convirtiendo los lunes en mi día favorito de la semana y los martes en mi día de convalecencia. Y nunca me he sentido sola, porque siempre estaba ahí Javi de Calpe.

Voy a echar de menos tantas cosas. Pero sólo dos estoy deseando perder de vista, y una es el hecho de que todo, absolutamente todo en esa ciudad me da calambre, me paso el día entre molestos chasquidos al tocar lo que sea. Y otra es al maloliente homeless que se ha instalado en la parada de metro de la 86 con Lexington para los restos, convirtiendo la cotidianeidad de coger el metro en un pequeño suplicio. Quiero seguir paseándome por los pasillos de un súper con miles de tipos de mantequilla de cacahuete y comerme un baggel con cream cheese para desayunar. Quiero acercarme hasta Union Square a ver qué se cuece, hacer fotos a las miles de tonalidades distintas que hay en Central Park, tomarme un frozen margarita cuando se me antoje, disfrazarme de lo que sea pero sexy en Halloween, comer pavo en Thanksgiving, y maldecir y acompañar casi cada palabra con un fucking.

Nadie me tomó realmente en serio cuando me propuse venir a NYC a mejorar mi inglés. El día que empecé a hablar en castellano con mi profesora de inglés me acordé de todos ellos. La profe más linda del mundo, la más graciosa, la de los dientes más bonitos, Faboulous Maria.

También mis novios (algunos reales, algunos ficticios, algunos conscientes de ello, otros secreto objeto de mi amor), inolvidables a su manera: el persistente Mark, John el Listo, Lovely Bartender, mi fiel Eusung y mis dos esclavitos coreanos, Sunwoo y Gilwan. Y de alguna manera, sí, tendré que abrir los ojos de una vez y darme cuenta de que poco queda de aquel chico que perdió el avión en el momento perfecto para aterrizar en mi corazón durante 4 años.

Muchas cosas he aprendido sobre mí misma en estos meses. Lo bien que me las apaño solita y al mismo tiempo lo friendly que puedo llegar a ser. Y lo que me gusta darle vueltas a la cabeza y dar rienda suelta a la drama queen que llevo dentro.

Vivo en la misma zona que Charlotte, mi vida sexual podría llegar a ser tan agitada como la de Samantha (no he visto lugar donde se ligue más fácilmente), no sé cómo todo me lleva a Brooklyn como Miranda y me he enamorado de la persona equivocada, como la tonta de Carrie. Pero, salvando que mi colección de zapatos se ha visto incrementada notablemente y que los fines de semana ya no volverán a ser lo mismo sin un brunch acompañado de un bloodymary, NYC me pertenece porque yo le pertenezco (parafraseando a Holly Golightly), es real, algo tangible que ya forma parte de mí.

Y perdonen la ñoñería de entrada, pero recuerden que hoy es martes, día de convalecencia. Y apiádense de mí, que tengo que traducir todo esto a la lengua de Shakespeare.

domingo, 23 de noviembre de 2008

New Yorker Post. Crónica octava

Hace un frío de perros, amigos míos. Pese al calentamiento global, que me permitió hace cosa de dos semanas tomar un café en una terraza en Union Square a las 9 de la noche a 19 grados centígrados, el invierno ha llegado a la gran manzana. La nieve amenaza, pero el sol de momento la mantiene a raya.
En fin, de tan abandonadas que tengo mis crónicas semanales ya no sé cómo retomar el hilo de la cuestión, así que me limitaré a escribir lo que me vaya pasando por la cabeza, es decir, pensamientos sin ton ni son y recuerdos varios.
Entro en la recta final de mi estancia neoyorquina con sentimientos encontrados. Sobre todo hoy, que acabo de despedir a mi por siempre adorada Alicia, de vuelta a España. Ella ha hecho mi estancia en Nueva York más fácil, tremendamente más divertida y posiblemente más adolescente si cabe, una conexión de las que se encuentran pocas. El viernes hicimos una fiesta de despedida en el Caliente Cab y se pasó la noche entre strawberry daiquiris pidiéndole a la gente que me cuidara mucho, snif. Acaba de llamarme desde el aeropuerto para unos cotilleos finales y acabar con el saldo de su móvil yankee y tengo una pena horrible.
En estas semanas han pasado muchas cosas, he hecho y deshecho planes, he soñado con una vida que al momento no sabía si quería vivir, he roto y me han roto el corazón de alguna manera, y aún ahora trato de bajarme de la roller-coaster en que se ha convertido mi vida. Llevo viviendo tan intensamente estos tres meses emociones de tan diversa índole que empiezo a sentirme física y psíquicamente agotada. Suerte de la royal jelly.
He vivido Halloween a lo grande y me hubiera gustado que la noche se alargara por siempre. Mi disfraz de Campanilla tuvo mucho éxito entre el personal y me pasé la noche recibiendo atenciones de distintos personajes, en especial de un broker de Wall Street y de un rapero que me dedicaba sus mejores rimas y al que no le entendía nada, hasta que la pequeña hadita se cayó dentro de una copa de vodka y cramberries y acabó vomitando de color rosa, como todas las hadas de pro. A la espera estoy de Thanksgiving, este jueves. Tengo una invitación para cenar en casa de la familia coreano-brasileña de Namil, uno de mis hermanos mayores neoyorkinos (tengo 2, Sam y Namil, que me cuidan y me protegen haga lo que haga y tienen mucha paciencia conmigo), pero probablemente lo pase cenando con Javi de Calpe y otros compañeritos y preparando nuestro propio pavo. La ciudad se resiste a engalanarse de navidad y los pavos (de cartón, papel, chocolate) campan a sus anchas. Ayer estuve en una fábrica de chocolate en el Village tomando un hot chocolate en alegre compañía y todo estaba chocolateadamente decorado para Acción de Gracias. Incluso el abeto del Rockefeller Center está instalado a la espera de que le retiren el envoltorio para mostrar la tremebunda estrella de Swarovski que le han puesto en la punta. He seguido las elecciones desde el Rockefeller, emociones a flor de piel. La apabullante victoria de Obama me ha hecho recuperar la fe en el pueblo americano. No me cabía duda de que NYC era cien por cien obamista, pero en las profundis no las tenía todas conmigo con el resto del país. Pero sí, y todo el mundo está muy feliz, a pesar de que un estudio haya vaticinado el fin del imperio yankee para una fecha tan próxima como es el 2025. El primer domingo de la era Obama estuve en Harlem y si ya la misa gospel es un acto inenarrable, imagínense la performance que fue aquello, desbordados por la alegría. Y ayer, que estuve en el Comedy Celler (donde suelen actuar Chris Rock, Dave Chapelle y Jerry Seinfield entre otros), todos los monólogos llevaban a Obama. Incluso el merchandising, que pensé que se acabaría con las elecciones, está más presente que nunca.
Me encantan los neoyorkinos. Son la gente más inesperadamente amable que me he encontrado nunca (con permiso de los sicilianos, que son más que amables). Son alegres, abiertos, educados y divertidos. Y aunque balbucees en inglés, siempre les parece que tu inglés es amazing. Tengo un ligero problema con la dinámica de las citas y el amor, pero a todo se acostumbra una. Que nos estamos viendo? Pues nos estaremos viendo, oye. Llámalo como quieras. También en este aspecto he vuelto a la adolescencia. Salto del amor al odio hacia Tom en cuestión de segundos y nos volvemos un poco locos el uno al otro. Ahora mismo estoy en mood hate, pero si me paro un momento y pienso en su voz diciéndome "are you ok, babe?" con ese acento de New Jersey que tiene, algo se me mueve por dentro. Voy a echar terriblemente de menos su voz. Entre otras cosas.
Las noches neoyorkinas siguen siendo de lo mejorcito. Puedo acabar tomando un cocktail superchic en el Greenwich como bebiendo unas cervezas tranquilamente sentada en unas cajas en la showroom de Sam. Pero mi corazón noctámbulo sigue perteneciendo 50-50 al East Village y al Lower East Side. Baruchos y cerveza, aunque yo vaya subida en mis tacones. Ayer estuve jugando al futbolín (a uno rarísimo, nada que ver con el de Alexandre de Fisterra) con unos coleguis que me eché a los que no parecía importarles demasiado que yo no diera literalmente pie con bola. Y la noche antes en un music hall donde un pianista entonaba canciones de musical y todo el público se apretujaba a su alrededor coreando las letras a voz en grito. Mi escasa cultura musical en este tipo de lides sólo me permitió canturrear "Don't cry for me, Argentina". Supergaier y superrecomendable, Marie's crisis. Imagen mental para el recuerdo.
He ido a ver a los Knicks y teniendo en cuenta lo poco aficionada que yo soy a cualquier deporte, disfruté como una enana comiendo perritos, tratando de hacerle una foto a Michael Jordan (sentado entre el público) a dos kilómetros de distancia y siguiendo con escasos resultados el ritmo de las coreografías aplaudidoras, que tienen su intríngulis y yo muy poco xeito.
En fin, que me quedan 3 semanas. Que el tiempo vuela. Y que tengo que comprar millones de cosas a las que le tengo echado el ojo desde el principio en el Black Friday, asistir a alguna cosa que se me ha quedado en el tintero y exprimir un poquito más si cabe esta fascinante ciudad. Así que a abrigarse bien, y allá vamos.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Mi problema

Hace unos meses recibí una llamada de mi madre diciéndome que había estado dándole vueltas a la cabeza, pensando en mi "problema" a la hora de encontrar a un chico que me guste. Mi problema en realidad, siempre a ojos de mi madre, es que no ve remotamente cercano el momento en que me asiente y le de muchos nietos, que es lo que le gustaría. En fin, que previendo una conversación de lo más cómica, me dispuse a oírla teorizar acerca de "mi problema".
-El problema, hiji, es que me he dado cuenta de que los nombres de los chicos que te gustan de verdad siempre riman.
Caída de ojos por mi parte, ésta idea era nueva.
- Sí, fíjate. Tu exnovio Gon, para empezar. El yankee, Tom. ¿Y te acuerdas de Mon?
-¿Mon?
- Sí, aquel amiguito tuyo de la infancia que te seguía a todas partes como un esclavito.
No pude evitar troncharme de la risa al recordar a Mon, tan delgaduchito, tan leal, tan en las nubes. Pero sobre todo tan lejos de haber sido un amor de la infancia. Pero no quería desmontarle la teoría a mi madre y la dejé seguir.
- Ah, sí... Recuerdo que nunca querías empezar tus cumpleaños hasta que llegara Mon, que siempre estaba perdido y teníamos que mover cielo y tierra para encontrarle. Siempre juntos en la playa, en el parque, en el patio, te pasabas el verano con Mon pegadito a tus talones.
- Mamá, tenía 6 años.

En fin, locuras varias. Ahora que he presentado a Mon (que lo último que supe de él es que toca la guitarra en un grupo heavy y que había superado su tartamudez), que creo que no hace falta que hable aquí de mi exnovio Gon y menos aún de Tom (ya que sólo tienen que remontarse unas cuantas entradas para enterarse de la más bella historia de amor ever), a dónde quería llegar yo es que, hace unos días, de la manera más inesperada y en el lugar más inesperado, conocí a través de unos amigos a un chico muy simpático y listo para más inri y regocijo de mi persona. Y se llama John. Curioso.

martes, 28 de octubre de 2008

New Yorker Post. Crónica séptima

Esta semana por fin he conseguido ir a Coney Island en una maravillosa tarde de domingo. Coney Island es uno de los sitios que más ganas tenía de visitar y he dado mucho la tabarra a mis amigüitos de por aquí con el tema. Y a pesar de que hay quien piense que me paso la vida entre copichuelas y crean que no aprovecho la ciudad lo suficiente, a pesar de que hoy me he enterado de que están reestructurando mi departamento por la crisis y no las tengo todas conmigo de que mi puesto de trabajo me siga esperando a mi vuelta, la vida es maravillosa y que me quiten lo bailao, que es mucho. Así que procedamos.
Mis primeras visitas han disfrutado de lo lindo, y yo con ellas. La verdad es que recibir a gente que se apunta a un bombardeo, que todo le gusta y con un saque considerable, es un auténtico placer. Esta mañana se han ido Sabela y Noa después de reconocerse rendidas a los pies de NYC. Han paseado por Central Park, comido perritos, bailado en el Lower, reído de la loca de mi brasi, cruzado el puente de Brooklyn y formado parte de mi cuadrilla de los lunes en el Windfall. Tanto se han imbuído del espíritu del Winfdfall que Sabela me confesaba con la lengua de trapo y agarrada a la recién bautizada "Bebida de Sam" que le encantaba ese lugar. El Windfall es lo mejor de lo mejor. Creo que ya lo he contado, pero es el bar donde mi escuela organiza una especie de cocktail de bienvenida los lunes, bastante aburridillo. Pero una vez que ellos se van, y los nuevos alumnos desaparecen, aquello se convierte en un despiporre del que no salgo hasta que me echan.
Pero bueno, eso, volvamos a Coney Island. A pesar de que en el trayecto mi amiga la brasi destapara con todo detalle su verdadera personalidad de niña de 7 años y tratara de amargarnos la aventura, el resultado fue inmejorable. El parque está cerrado, no tengo claro si para siempre o hasta verano, pero todo en la zona parece que se ha quedado en un impass esperando al verano de 1957. A media hora de NYC y parece que te has trasladado en el tiempo y en el espacio. Los dueños de los puestecitos de tiro de los alrededores, por ejemplo, están dormitando a la espera de que pase algún ingenuo que se deje unos bucks echando unos tiros. Lo mejor de todo es que, entre los posibles premios, están unos pitufos gigantes pero revertidos, es decir, con el cuerpecito blanco y los pantis y el gorrito azul, de alguna partida que salió muy pitufosamente. La atracción estrella, la montaña rusa "Ciclón", en su día debió de ser algo imponente, ya que aún se venden melancólicas postales que rezan "Yo sobreviví al Ciclón de Coney Island". Puede que su peligrosidad radique hoy en su ruinoso estado. La playa de Brighton no es ninguna maravilla, pero fue un gustazo oler el mar, pasear, y sentarse a mirar el Atlántico desde el otro lado.
El domingo en Harlem, después de ir a una misa gospel en una iglesia pequeñita por tardonas que somos, nos fuimos a tomar el brunch a Sylvia's. Este sitio es muy famoso por lo abundante, rico y barato de sus brunch y por la música en directo. Una cantante se va paseando por el local micrófono en mano dándole la bienvenida a cada mesa, y pobre de ti si ese día estás de cumpleaños, porque te dedican el happy birthday más largo de la historia, pero muy divertido todo y muy recomendable.
El jueves cruzamos el puente de Brooklyn para que las niñas lo vieran al atardecer. Creo que es lo mejor de NYC, al menos para mí. Espero que no prospere esa idea de bombero que tienen de adosarle vayas publicitarias, qué mala que es la crisis. Después nos fuimos a un pequeño museo de arte contemporáneo en el Bowery para acabar comiendo costillas y tarta de chocolate y bebiendo cerveza en Arlene's grocery. Dada mi conocida inclinación por los antros oscuros y destartalados, éste es mi bar favorito de toda la ciudad, con permiso de mi dj y de su bar, que es también muy divertente.
El viernes se nos truncó el plan de ir a patinar sobre hielo y acabamos remando en un barquito en el lago de Central Park. Muy romántico para las parejas, extremadamente divertido para nosotras, remando en círculos y tratando de no llevarnos por delante al resto de navegantes.
Este viernes es Halloween y no me llega el momento. Llevamos toda la semana buscando el disfraz adecuado, porque todo lo que encuentras aquí es no sexy, lo siguiente. Putanesco, diría. Todo lo que se os pueda ocurrir tiene su versión sexy para Halloween. Hasta Bob Esponja tiene su versión sexy. Y son carísimos y de ínfima calidad, con lo que tras mucho buscar y descartar por motivos económicos y con mucha pena la idea de disfrazarnos de Batman y Robin versión verbenera, ya tengo preparado mi disfraz de Campanilla, que al menos con él no se me ve el culo. En fin, amigos, manténganse en línea que ya contaré.

domingo, 19 de octubre de 2008

New Yorker Post. Crónica sexta

Tras una temporada intensiva visitando todo lo visitable en la ciudad, esta semana me he dedicado básicamente a conocer la noche neoyorquina. Y la noche neoyorquina es muy divertida, sobre todo cuando te alejas de los macroclubes y descubres los antros oscuros con gente rara, que es lo que a mí me gusta. Y he descubierto que las cervezas aquí tienen más gradación, vaya usted a saber por qué, con lo cual me he pasado la semana bordeando la resaca, sucumbiendo a la resaca y superando la resaca. Pero qué divertido todo, oye.
El lunes lié a mi amiga Alicia para tomarnos una en el bar de mi escuela, donde dentro de nada nos saludan al entrar como en Cheers. Acabamos bastantes horas después de palique con un libanés y un coreano-brasileño que hablaba perfectamente español entre otros miles de idiomas y que llevaba dos horas escuchando como dos bobas se peleaban por las atenciones del guapísimo camarero. Una no está segura en ningún lado por aquí hablando español, hasta las paredes hablan español. Por momentos nos hicimos uña y carne de este par de dos, hicimos planes para el fin de semana y todo y ellos se las prometían muy felices, hasta que llegó el momento de la triste despedida y los dejamos allí con un bye y si te he visto I don't remember. Mi inglés cada vez es más jalajala, pero yo hablo por los codos, me la suda. Entiendo a la gente y ellos hacen que me entienden.
Estuve en el Madison Square Garden intentando comprar unas entradas para los Knicks con intento frustrado de colarnos y todo. La vuelta a la adolescencia, siempre acechando. Estuvimos regateando y llegamos a enfadar a los millones de reventas que había en la entrada, que muy amablemente nos sugirieron ir a ver el partido a un bar mientras comíamos un pedazo de cheesecake.
El miércoles me compré unos patines muy bonitiños y muy baratos. Ayer los estrenamos bajando toda la ribera del Hudson hasta Battery Park, con un sol de otoño precioso, imagen mental para recordar siempre. Nuestro objetivo es acabar bailando en patines con un grupo de domingueros en Central Park que son la bomba, pero todavía tenemos algún problemilla con los frenos.
Mi primera triste despedida, la de mis dos españoles casados, omitiendo este dato hasta última hora, con petición de matrimonio en Las Vegas incluída, menos mal que no acepté y me encontré compuesta y sin Elvis en el altar. Qué par de golfos más divertidos, los voy a echar mucho de menos. Con ellos salí el jueves por el Lower East Side después de cenar las mejores costillas de la ciudad, hallazgo gastronómico de la semana. Acabamos la noche en Arlene's Grocery, mítico antro de conciertos, donde un mago israelí hacía aparecer cartas del sitio más insospechado de mi persona. Ver para creer. No sé qué le ha dado a la magia conmigo últimamente. El resultado de esta noche fue una tremebunda e inesperada resaca y el comprobar que vivir en una residencia donde tienes que esperar que acaben de limpiar los baños cuando tienes una urgencia no es demasiado compatible.
Cuando dos días después conseguí recuperarme, salí por el East Village de investigación. Lo pasé en grande. El dj de un garito me pretende y es algo muy ventajoso económicamente teniendo en cuenta lo caras que son las noches en esta ciudad. Mañana me ha invitado a cenar a través de un sms lleno de slang y he recibido un emoticón triste ante mi respuesta negativa, pero creo que iremos al sitio en el que pincha. Este chico me ha dicho que le gusta mi acento y que no lo pierda, qué mono. Como si pudiera perderlo.
Mi pandilla sufre crisis internas, porque unos no aguantan a otros. Princess Peach se mete conmigo y me llama "la amiga de los coreanos" y me dice que soy la más popular de la escuela (porque está a rebosar de coreanos). Es cierto que hay coreanos que me saludan por mi nombre a los que juraría no haber visto en la vida. Alicia se ríe de mí porque soy como un imán para los locos: ayer mismo un hombre nos cantaba a las 5 de la mañana en medio de la calle "Lady in red" y yo le apaludía mucho su arte. A mí todos estos miembros más o menos constantes de mi pandilla me dan un juego tremendo y me lo paso pipa, menos cuando empiezan a cargarme un poco, que puedo ser un poco cortante. Hay un holandés que se empeñaba en cogerme de la mano y yo venga a soltarme y a explicar que no me gusta que me toquen de buenas a primeras. Ya tengo acuñados varios conceptos: "la teoría del don't touch me", "hacerse un brásil", "ser un Taylor" y unos cuantos más. La brasi me ha dado un poco la ídem y no acaba de encajar en el grupo, porque menuda es la marimandona de mi brasi, que merece una entrada para ella sola, tiempo al tiempo. Mi pobre Javi de Calpe ha pasado una semana de bajuni y tristura mientras yo alternaba por la ciudad, pero creo que con el brunch de hoy se le ha pasado un poco.
Y esta semana tengo visita, que tiemble Manhattan con Sabela y Noafontán en la Gran Manzana. Y por fin han encendido la calefacción, qué más puedo pedir.