domingo, 19 de octubre de 2008

New Yorker Post. Crónica sexta

Tras una temporada intensiva visitando todo lo visitable en la ciudad, esta semana me he dedicado básicamente a conocer la noche neoyorquina. Y la noche neoyorquina es muy divertida, sobre todo cuando te alejas de los macroclubes y descubres los antros oscuros con gente rara, que es lo que a mí me gusta. Y he descubierto que las cervezas aquí tienen más gradación, vaya usted a saber por qué, con lo cual me he pasado la semana bordeando la resaca, sucumbiendo a la resaca y superando la resaca. Pero qué divertido todo, oye.
El lunes lié a mi amiga Alicia para tomarnos una en el bar de mi escuela, donde dentro de nada nos saludan al entrar como en Cheers. Acabamos bastantes horas después de palique con un libanés y un coreano-brasileño que hablaba perfectamente español entre otros miles de idiomas y que llevaba dos horas escuchando como dos bobas se peleaban por las atenciones del guapísimo camarero. Una no está segura en ningún lado por aquí hablando español, hasta las paredes hablan español. Por momentos nos hicimos uña y carne de este par de dos, hicimos planes para el fin de semana y todo y ellos se las prometían muy felices, hasta que llegó el momento de la triste despedida y los dejamos allí con un bye y si te he visto I don't remember. Mi inglés cada vez es más jalajala, pero yo hablo por los codos, me la suda. Entiendo a la gente y ellos hacen que me entienden.
Estuve en el Madison Square Garden intentando comprar unas entradas para los Knicks con intento frustrado de colarnos y todo. La vuelta a la adolescencia, siempre acechando. Estuvimos regateando y llegamos a enfadar a los millones de reventas que había en la entrada, que muy amablemente nos sugirieron ir a ver el partido a un bar mientras comíamos un pedazo de cheesecake.
El miércoles me compré unos patines muy bonitiños y muy baratos. Ayer los estrenamos bajando toda la ribera del Hudson hasta Battery Park, con un sol de otoño precioso, imagen mental para recordar siempre. Nuestro objetivo es acabar bailando en patines con un grupo de domingueros en Central Park que son la bomba, pero todavía tenemos algún problemilla con los frenos.
Mi primera triste despedida, la de mis dos españoles casados, omitiendo este dato hasta última hora, con petición de matrimonio en Las Vegas incluída, menos mal que no acepté y me encontré compuesta y sin Elvis en el altar. Qué par de golfos más divertidos, los voy a echar mucho de menos. Con ellos salí el jueves por el Lower East Side después de cenar las mejores costillas de la ciudad, hallazgo gastronómico de la semana. Acabamos la noche en Arlene's Grocery, mítico antro de conciertos, donde un mago israelí hacía aparecer cartas del sitio más insospechado de mi persona. Ver para creer. No sé qué le ha dado a la magia conmigo últimamente. El resultado de esta noche fue una tremebunda e inesperada resaca y el comprobar que vivir en una residencia donde tienes que esperar que acaben de limpiar los baños cuando tienes una urgencia no es demasiado compatible.
Cuando dos días después conseguí recuperarme, salí por el East Village de investigación. Lo pasé en grande. El dj de un garito me pretende y es algo muy ventajoso económicamente teniendo en cuenta lo caras que son las noches en esta ciudad. Mañana me ha invitado a cenar a través de un sms lleno de slang y he recibido un emoticón triste ante mi respuesta negativa, pero creo que iremos al sitio en el que pincha. Este chico me ha dicho que le gusta mi acento y que no lo pierda, qué mono. Como si pudiera perderlo.
Mi pandilla sufre crisis internas, porque unos no aguantan a otros. Princess Peach se mete conmigo y me llama "la amiga de los coreanos" y me dice que soy la más popular de la escuela (porque está a rebosar de coreanos). Es cierto que hay coreanos que me saludan por mi nombre a los que juraría no haber visto en la vida. Alicia se ríe de mí porque soy como un imán para los locos: ayer mismo un hombre nos cantaba a las 5 de la mañana en medio de la calle "Lady in red" y yo le apaludía mucho su arte. A mí todos estos miembros más o menos constantes de mi pandilla me dan un juego tremendo y me lo paso pipa, menos cuando empiezan a cargarme un poco, que puedo ser un poco cortante. Hay un holandés que se empeñaba en cogerme de la mano y yo venga a soltarme y a explicar que no me gusta que me toquen de buenas a primeras. Ya tengo acuñados varios conceptos: "la teoría del don't touch me", "hacerse un brásil", "ser un Taylor" y unos cuantos más. La brasi me ha dado un poco la ídem y no acaba de encajar en el grupo, porque menuda es la marimandona de mi brasi, que merece una entrada para ella sola, tiempo al tiempo. Mi pobre Javi de Calpe ha pasado una semana de bajuni y tristura mientras yo alternaba por la ciudad, pero creo que con el brunch de hoy se le ha pasado un poco.
Y esta semana tengo visita, que tiemble Manhattan con Sabela y Noafontán en la Gran Manzana. Y por fin han encendido la calefacción, qué más puedo pedir.

6 comentarios:

Ra está en la aldea dijo...

Explicaciones ya de cada una de las expresiones recientemente acuñadas, sobre todo de "ser un taylor".

Anónimo dijo...

Sí, eso, explícate un poquito más. Por cierto, ¿han empezado ya a cambiar los colores de las hojas? Es un espectáculo el otoño en la costa oeste.

Anónimo dijo...

Eres increible Natalia, me encanta como escribes y como eres. Por cierto te llame antes de que te fueras, al girar la esquina pero ya habrias bajado al metro. Espero que el holandes no te acosara durante el trayecto jeje

Anónimo dijo...

¿Pero quién es este anónimo tan raro? ¡Ten cuidado no te vayan a tirar por las escaleras del metro!

JRB dijo...

Yo quiero ser un Taylor. ¿Qué es eso? ¿Se come?

C. dijo...

Sí, eso de que te llaman ni bien te despides, es un poco obsesivo compulsivo....