martes, 28 de octubre de 2008

New Yorker Post. Crónica séptima

Esta semana por fin he conseguido ir a Coney Island en una maravillosa tarde de domingo. Coney Island es uno de los sitios que más ganas tenía de visitar y he dado mucho la tabarra a mis amigüitos de por aquí con el tema. Y a pesar de que hay quien piense que me paso la vida entre copichuelas y crean que no aprovecho la ciudad lo suficiente, a pesar de que hoy me he enterado de que están reestructurando mi departamento por la crisis y no las tengo todas conmigo de que mi puesto de trabajo me siga esperando a mi vuelta, la vida es maravillosa y que me quiten lo bailao, que es mucho. Así que procedamos.
Mis primeras visitas han disfrutado de lo lindo, y yo con ellas. La verdad es que recibir a gente que se apunta a un bombardeo, que todo le gusta y con un saque considerable, es un auténtico placer. Esta mañana se han ido Sabela y Noa después de reconocerse rendidas a los pies de NYC. Han paseado por Central Park, comido perritos, bailado en el Lower, reído de la loca de mi brasi, cruzado el puente de Brooklyn y formado parte de mi cuadrilla de los lunes en el Windfall. Tanto se han imbuído del espíritu del Winfdfall que Sabela me confesaba con la lengua de trapo y agarrada a la recién bautizada "Bebida de Sam" que le encantaba ese lugar. El Windfall es lo mejor de lo mejor. Creo que ya lo he contado, pero es el bar donde mi escuela organiza una especie de cocktail de bienvenida los lunes, bastante aburridillo. Pero una vez que ellos se van, y los nuevos alumnos desaparecen, aquello se convierte en un despiporre del que no salgo hasta que me echan.
Pero bueno, eso, volvamos a Coney Island. A pesar de que en el trayecto mi amiga la brasi destapara con todo detalle su verdadera personalidad de niña de 7 años y tratara de amargarnos la aventura, el resultado fue inmejorable. El parque está cerrado, no tengo claro si para siempre o hasta verano, pero todo en la zona parece que se ha quedado en un impass esperando al verano de 1957. A media hora de NYC y parece que te has trasladado en el tiempo y en el espacio. Los dueños de los puestecitos de tiro de los alrededores, por ejemplo, están dormitando a la espera de que pase algún ingenuo que se deje unos bucks echando unos tiros. Lo mejor de todo es que, entre los posibles premios, están unos pitufos gigantes pero revertidos, es decir, con el cuerpecito blanco y los pantis y el gorrito azul, de alguna partida que salió muy pitufosamente. La atracción estrella, la montaña rusa "Ciclón", en su día debió de ser algo imponente, ya que aún se venden melancólicas postales que rezan "Yo sobreviví al Ciclón de Coney Island". Puede que su peligrosidad radique hoy en su ruinoso estado. La playa de Brighton no es ninguna maravilla, pero fue un gustazo oler el mar, pasear, y sentarse a mirar el Atlántico desde el otro lado.
El domingo en Harlem, después de ir a una misa gospel en una iglesia pequeñita por tardonas que somos, nos fuimos a tomar el brunch a Sylvia's. Este sitio es muy famoso por lo abundante, rico y barato de sus brunch y por la música en directo. Una cantante se va paseando por el local micrófono en mano dándole la bienvenida a cada mesa, y pobre de ti si ese día estás de cumpleaños, porque te dedican el happy birthday más largo de la historia, pero muy divertido todo y muy recomendable.
El jueves cruzamos el puente de Brooklyn para que las niñas lo vieran al atardecer. Creo que es lo mejor de NYC, al menos para mí. Espero que no prospere esa idea de bombero que tienen de adosarle vayas publicitarias, qué mala que es la crisis. Después nos fuimos a un pequeño museo de arte contemporáneo en el Bowery para acabar comiendo costillas y tarta de chocolate y bebiendo cerveza en Arlene's grocery. Dada mi conocida inclinación por los antros oscuros y destartalados, éste es mi bar favorito de toda la ciudad, con permiso de mi dj y de su bar, que es también muy divertente.
El viernes se nos truncó el plan de ir a patinar sobre hielo y acabamos remando en un barquito en el lago de Central Park. Muy romántico para las parejas, extremadamente divertido para nosotras, remando en círculos y tratando de no llevarnos por delante al resto de navegantes.
Este viernes es Halloween y no me llega el momento. Llevamos toda la semana buscando el disfraz adecuado, porque todo lo que encuentras aquí es no sexy, lo siguiente. Putanesco, diría. Todo lo que se os pueda ocurrir tiene su versión sexy para Halloween. Hasta Bob Esponja tiene su versión sexy. Y son carísimos y de ínfima calidad, con lo que tras mucho buscar y descartar por motivos económicos y con mucha pena la idea de disfrazarnos de Batman y Robin versión verbenera, ya tengo preparado mi disfraz de Campanilla, que al menos con él no se me ve el culo. En fin, amigos, manténganse en línea que ya contaré.

domingo, 19 de octubre de 2008

New Yorker Post. Crónica sexta

Tras una temporada intensiva visitando todo lo visitable en la ciudad, esta semana me he dedicado básicamente a conocer la noche neoyorquina. Y la noche neoyorquina es muy divertida, sobre todo cuando te alejas de los macroclubes y descubres los antros oscuros con gente rara, que es lo que a mí me gusta. Y he descubierto que las cervezas aquí tienen más gradación, vaya usted a saber por qué, con lo cual me he pasado la semana bordeando la resaca, sucumbiendo a la resaca y superando la resaca. Pero qué divertido todo, oye.
El lunes lié a mi amiga Alicia para tomarnos una en el bar de mi escuela, donde dentro de nada nos saludan al entrar como en Cheers. Acabamos bastantes horas después de palique con un libanés y un coreano-brasileño que hablaba perfectamente español entre otros miles de idiomas y que llevaba dos horas escuchando como dos bobas se peleaban por las atenciones del guapísimo camarero. Una no está segura en ningún lado por aquí hablando español, hasta las paredes hablan español. Por momentos nos hicimos uña y carne de este par de dos, hicimos planes para el fin de semana y todo y ellos se las prometían muy felices, hasta que llegó el momento de la triste despedida y los dejamos allí con un bye y si te he visto I don't remember. Mi inglés cada vez es más jalajala, pero yo hablo por los codos, me la suda. Entiendo a la gente y ellos hacen que me entienden.
Estuve en el Madison Square Garden intentando comprar unas entradas para los Knicks con intento frustrado de colarnos y todo. La vuelta a la adolescencia, siempre acechando. Estuvimos regateando y llegamos a enfadar a los millones de reventas que había en la entrada, que muy amablemente nos sugirieron ir a ver el partido a un bar mientras comíamos un pedazo de cheesecake.
El miércoles me compré unos patines muy bonitiños y muy baratos. Ayer los estrenamos bajando toda la ribera del Hudson hasta Battery Park, con un sol de otoño precioso, imagen mental para recordar siempre. Nuestro objetivo es acabar bailando en patines con un grupo de domingueros en Central Park que son la bomba, pero todavía tenemos algún problemilla con los frenos.
Mi primera triste despedida, la de mis dos españoles casados, omitiendo este dato hasta última hora, con petición de matrimonio en Las Vegas incluída, menos mal que no acepté y me encontré compuesta y sin Elvis en el altar. Qué par de golfos más divertidos, los voy a echar mucho de menos. Con ellos salí el jueves por el Lower East Side después de cenar las mejores costillas de la ciudad, hallazgo gastronómico de la semana. Acabamos la noche en Arlene's Grocery, mítico antro de conciertos, donde un mago israelí hacía aparecer cartas del sitio más insospechado de mi persona. Ver para creer. No sé qué le ha dado a la magia conmigo últimamente. El resultado de esta noche fue una tremebunda e inesperada resaca y el comprobar que vivir en una residencia donde tienes que esperar que acaben de limpiar los baños cuando tienes una urgencia no es demasiado compatible.
Cuando dos días después conseguí recuperarme, salí por el East Village de investigación. Lo pasé en grande. El dj de un garito me pretende y es algo muy ventajoso económicamente teniendo en cuenta lo caras que son las noches en esta ciudad. Mañana me ha invitado a cenar a través de un sms lleno de slang y he recibido un emoticón triste ante mi respuesta negativa, pero creo que iremos al sitio en el que pincha. Este chico me ha dicho que le gusta mi acento y que no lo pierda, qué mono. Como si pudiera perderlo.
Mi pandilla sufre crisis internas, porque unos no aguantan a otros. Princess Peach se mete conmigo y me llama "la amiga de los coreanos" y me dice que soy la más popular de la escuela (porque está a rebosar de coreanos). Es cierto que hay coreanos que me saludan por mi nombre a los que juraría no haber visto en la vida. Alicia se ríe de mí porque soy como un imán para los locos: ayer mismo un hombre nos cantaba a las 5 de la mañana en medio de la calle "Lady in red" y yo le apaludía mucho su arte. A mí todos estos miembros más o menos constantes de mi pandilla me dan un juego tremendo y me lo paso pipa, menos cuando empiezan a cargarme un poco, que puedo ser un poco cortante. Hay un holandés que se empeñaba en cogerme de la mano y yo venga a soltarme y a explicar que no me gusta que me toquen de buenas a primeras. Ya tengo acuñados varios conceptos: "la teoría del don't touch me", "hacerse un brásil", "ser un Taylor" y unos cuantos más. La brasi me ha dado un poco la ídem y no acaba de encajar en el grupo, porque menuda es la marimandona de mi brasi, que merece una entrada para ella sola, tiempo al tiempo. Mi pobre Javi de Calpe ha pasado una semana de bajuni y tristura mientras yo alternaba por la ciudad, pero creo que con el brunch de hoy se le ha pasado un poco.
Y esta semana tengo visita, que tiemble Manhattan con Sabela y Noafontán en la Gran Manzana. Y por fin han encendido la calefacción, qué más puedo pedir.

sábado, 11 de octubre de 2008

New Yorker Post. Crónica quinta

Gran semana ésta, puede que la mejor desde que estoy haciéndome las Américas. Un montón de planes, un montón de gente nueva divertida y mucho amor.
El finde pasado fui a un club. En la puerta me han cacheado de una manera tal que yo no daba crédito, hasta metiendo el dedo debajo de mi sujetador. Menos mal que ese día había dejado el puñal en casa. Sólo le faltó meterme la mano por debajo del vestido y creo que no me hubiera extrañado lo más mínimo, peor que en el aeropuerto, macho. El sitio no estaba mal y si no fuera porque mi amiga coreana está como un cencerro y me tiene loca me lo hubiera pasado muy bien bailando R&B entre negracas de dos metros. Es un lío ser el núcleo de unión de una incipiente pandi internacional, believe me. Este sábado en cambio ya fue otra cosa. Me pasé el principio de la noche tratando de coordinar horarios con todo el mundo y por momentos deseando tirar el móvil por la ventana de la casa con vistas al Empire State Building de Alicia, mi recién descubierta alma gemela, pero al final mandé a todo el mundo a tomar por saco y me dediqué a pasármelo en grande. Me pasé la noche a carcajada limpia. Fuimos a otro club, Marquee, donde un negro de 2x2 intentó seducirme. Yo estaba muy nerviosa, porque el hombre en cuestión era tan grande que me tapaba toda visibilidad y no podía saber dónde estaban mis amigos. Se lo comenté amablemente y me dijo que era jugador de fútbol americano, mostrándome orgulloso un gigantesco anillo como prueba, en un gesto tan papal que me dieron ganas de besárselo. Este club estaba lleno a rebosar de españoles, madrileños para ser más exactos. Cuando el club cerró se vivió un momento de lo más grotesco. José Truman, el relaciones públicas que nos coló y que gracias a su nombre se ha ganado mi corazón para siempre, micrófono en mano empezó a entonar pasodobles por todos conocidos. Yo pensaba "oh my god", mientras todo el mundo seguía a gritos a José Truman. "No me seas kaleborroka, anda", me han comentado debido a mi estupor y vergüenza ajena. La brasi se ligó a un español de ésos después de ofenderse mucho con un yankee que le intentó tocar una teta. Esta mujer es la monda, hace unos días fuimos juntas a ver el Top of the rock (impresionante en si mismo e impresionantemente caro) y hablando de Obama (yo en mi línea) me decía que no creía que pudiera ganar, por un detalle. Bajaba mucho la voz, pero no se acababa de decidir a contarme cuál era ese detalle. Yo, aunque en mi fuero interno sabía de sobra por dónde iban los tiros, me esperaba una confesión sorprendente, algún detalle sórdido del pasado de Obama. Ella daba rodeos y más rodeos y al final, con un hilillo de voz apenas audible me dice "es que es negro". Casi me atraganto de la risa.
El lunes, sin planes concretos en perspectiva, me fui con mi profe al encuentro semanal que hacen en mi escuela, que se traduce en beber cerveza desde las 5 de la tarde y comer pollo frito y pizza gratis. Javi de Calpe estaba en uno de sus arrechuchos de niño mierdi que le dan habitualmente, mi compi tenía clase de hip-hop (sí, hip-hop), la brasi estaba cansada y la coreana estaba en su mundo, así que me fui yo solita con mi profe, que es un amor. Después de horas bebiendo cerveza, acabé ligoteando con todo lo que se movía, ganándome la fidelidad eterna de mis dos esclavitos coreanos, haciéndome dos amigos del alma españoles que se van la próxima semana con todo el dolor de mi corazón, rechanzando propuestas de matrimonio en las Vegas y recibiendo un sms de Tom que quería volver a mi verita. El miércoles volví a Brooklyn, comí tacos, bebí Oporto y fui muy feliz. Menos mal que he conseguido bajarme de la montaña rusa emocional que vivía y dominar la situación.
El domingo estuve en un festival callejero en una avenida superlarga de Brooklyn. Miles de puestecitos de comida, coros de iglesias cantando gospel, conciertos de rock espontáneos y muchas muestras de apoyo a Obama (que no Osama). Muy díver. Brooklyn se está convirtiendo en una de mis zonas favoritas. Gastronómicamente, lo mejor de esta semana ha sido un pequeño restaurante thai en el Soho, Lovely Day. Viví un dejavú tan fuerte nada más sentarme que juraría que ya había estado allí en mi primer viaje aquí. Parece que al final tendré visita en noviembre, así que estoy contentísima y empiezo a hacer listas mentales de todos los sitios a los que quiero llevarlos.
La excursión de esta semana con mis compis me llevó de nuevo a Queens, esta vez al museo de la imagen en movimiento. Muy entretenido, muy interactivo: la historia del cine, la historia de los videojuegos, chorraditas a punta pala. Estamos tratando de convencer a mi profe de que la próxima school trip sea a hacernos la manicura y la pedicura en el mismo sitio que se la hace ella.
Ayer un negro guapo como un sol, estilosamente desastrado y sexualmente de lo más interesante, nada más entrar yo en una tienda para comprar una botella de vino, me abordó diciendo"nice shoes". Sólo en NYC un chico guapo alaba tus zapatos.
Later.

sábado, 4 de octubre de 2008

New Yorker Post. Crónica cuarta

Estimados seguidores de mi periplo americano, aquí estoy una semana más narrando mis avatares. He de decir que esta semana ha sido un poco más floja tras el difícil descubrimiento de que soy una más entre los mortales y el amor ha llamado a mi puerta para convertir mi vida paradógicamente en un sinvivir. Yo no sé estar enamorada y la incertidumbre me consume. Sufro mal de amores neoyorquino y por momentos me encuentro a mí misma pensando cosas que ni la mismísima Carrie Bradshaw en su columna de pacotilla. Esperemos que se me pase pronto este tormento, crucen los dedos.
A lo nuestro: acabo de volver de ver una exposición en el Bronx, ese distrito denostado donde cualquiera pensaría que es más fácil comprar una pistola o un kilo de crack (perdonen mi ignorancia, pero no sé a cómo va el crack) que asistir a una exposición. Pues se equivocan. Si bien es cierto que sigue habiendo una parte del Bronx a la que no llevarías a tus hijos a jugar al parque, el Bronx (y casi toda Nueva York) ya no es lo que era de 10 años a esta parte, por mucho que el cine siga sacando partido a esa imagen. El Bronx tiene un museo de arte, pequeño pero muy apañado, con muchas actividades para toda la familia, que mis más allegados saben que por misterios de la naturaleza el hecho de que existan actividades para niños es siempre un plus en mi estimación personal. Y no porque los niños sean objeto de mi agrado, dios me libre, repito que es un misterio. Eso, que he disfrutado mucho con una expo llamada "Street art, street life", con muchas fotos ochenteras, graffitis de Basquiat e instalaciones diversas. Muy recomendable. El museo está un poco a tomar por culo, he de decir, pero el hecho de que una señora de lo más emperifollada y con extravolumen en su cabello te indique el camino diciendo "después de aquel bilding blanco" es un extra a considerar.
Esta semana he probado la cheesecake de Junior's, uno de los lugares más famosos de la ciudad para comerla. Y aunque no hemos ido hasta el primigenio local de Brooklyn, la experiencia no ha decepcionado a ninguno de los pequeños gourmets que me acompañaban. Dulce, densa, delicious.
Tengo una nueva compañera de habitación que me hace vivir en un bucle continuo. Es de Alemania, como mi anterior compi, tiene su misma edad, se va a quedar el mismo tiempo y se llama también como la otra. Curiosas chorradas. Si la próxima repite, empezaré a sentirme como en el día de la marmota.
Hemos despedido a mi colegui coreano Kung Fu Panda, q se va de vacaciones a su Corea natal, con una comilona en Korea Way. Una sorpresa la comida coreana, para chuparse los dedos. Mis compis alababan mucho mi hábil manejo de los palillos, producto de mi visita semanal al Sushi Ya de Barcelona. Por cierto que aquí ya he encontrado un japo genial delante de mi resi en el que me estoy ganando a pulso el título de cliente preferente, menudos noodles, oiga.
He vuelto por el Metropolitan casi dos años después, esta vez con toda la calma del mundo, saltándome a la torera las salas que me importaban directamente un pimiento y regodeándome en aquello que me interesa. He saldado la deuda pendiente con Modigliani que contraje en mi último viaje a Madrid y tengo en mente una visita próxima a la galería Neue, repleta de Klimt y Paul Klee.
He cogido de nuevo el gélido ferry que va a Staten Island para ver la estatua de la libertad de lejos. La estatua tiene la curiosa propiedad de empequeñecerse en las fotos, tanto que parece una hormiguita aunque tú la veas en tus narices a un tamaño más que respetable.
Ahora que va a hacer un mes que me encuentro en el Nuevo Mundo, la lista de must se va reduciendo y me dedico a vivir tranquilamente. Voy a mis clases, como lo que me apetece y a la hora que me apetece -según mi estómago exija hago horarios españoles o americanos-, paseo mucho y trato de mejorar mi inglés, que es el motivo de mi viaje y el motivo de mi frustración. Tengo que meterme en la cabeza que por mucho que quiera aún no estoy preparada para conversaciones de alto nivel, pero todo se andará.
El ambiente aquí está superrevolucionado con la caída de Wall Street, como para no estarlo. Bail out es la palabra que más oigo/leo y que nunca olvidaré mientras viva. Miedo me da que de un momento a otro empiecen los suicidios en masa de caballeros encorbatados. Hablando de Wall Street, que siempre me olvido, gracias a mi pelo rojo y mi curiosidad gatuna, he servido de voluntaria forzosa de un mago que actuaba espontáneamente en dicha calle, el cual traspasó mi mano y metió una moneda dentro de una botella de cristal cerrada que yo sostenía. Yo tampoco me lo creería, pero es que lo he sufrido (tanto que durante un buen rato tuve la marca de la moneda en mi mano), allá ustedes.
En fin, que les dejo porque me voy a un club, idea que me aterra, pero allá donde fueres, pues ya sabes.